Hoy vuelve a ser 11 de marzo, ya de 2010. Han pasado seis años. Seis años. De nuevo se repiten las imágenes de aquel día, al menos por mi mente pasan todas. Yo no viví el atentado en Madrid, pero no por ello deje de sentirlo.
Aún resonaban las tardes del 'No a la Guerra' en las cercanías de la Base Aérea de Morón, cuando de repente, al año siguiente, ve mí estudiante de primero de periodismo en la Facultad de Comunicación de Sevilla. Absorta, como el resto de estudiantes aquella mañana, en la televisión recién instalada en la entrada, vi cómo el número de víctimas ascendia, el caos reinaba en Madrid, la solidaridad iba estallando y al Gobierno, al ministro de Interior, a la sazón, Ángel Acebes, le quemaba la bola de fuego en las manos cada vez más. La bola de fuego que ellos mismos habían prendido al involucrar a ETA. También resuenan aún hoy aquellos ecos en algunos medios de comunicación, a los que es mejor acercarse para estar prevenidos.
Aún resonaban las tardes del 'No a la Guerra' en las cercanías de la Base Aérea de Morón, cuando de repente, al año siguiente, ve mí estudiante de primero de periodismo en la Facultad de Comunicación de Sevilla. Absorta, como el resto de estudiantes aquella mañana, en la televisión recién instalada en la entrada, vi cómo el número de víctimas ascendia, el caos reinaba en Madrid, la solidaridad iba estallando y al Gobierno, al ministro de Interior, a la sazón, Ángel Acebes, le quemaba la bola de fuego en las manos cada vez más. La bola de fuego que ellos mismos habían prendido al involucrar a ETA. También resuenan aún hoy aquellos ecos en algunos medios de comunicación, a los que es mejor acercarse para estar prevenidos.
A la masacre le siguió la suspensión de las clases ese jueves y el viernes siguiente, las concentraciones en la puerta y en el Rectorado, bajo la lluvia. Ya en Morón, lazos negros y minutos de silencios en casi todos los actos cofrades de esa Cuaresma. Tristeza, llanto y solidaridad. Lo recuerdo perfectamente.
Es triste que sea en situaciones así cuando al ser humano se le presente tan clara la extraña cercanía que siente con el pueblo herido, la sensación de hermandad con gente que sufre, pero que no conoces.
Pasaron los años, el periodismo siguió corriendo por mis venas y me vine a Madrid. Tenía que andar por Atocha todos los días y por supuesto, viajar en tren para ir a otra facultad. Todos los días, al subir, al bajar, al esperar... intentaba imaginar qué sintieron todas esas personas, cómo fue aquel día. No podía evitar pensarlo. Y es que no podía porque casualmente, cosas que tiene esta vida, mi primer recuerdo de Madrid está relacionado con aquel funesto día de nuestra historia. Con apenas 24 horas en la capital ya estaba de rodaje periodístico por la misma, concretamente en la Plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, haciendo un reportaje (más bien observando como el redactor que debía enseñarme hacía su trabajo) cuando dejamos por un momento una mochila con nuestro material olvidada (no más de diez minutos) en uno de los extremos de la plaza. Una pareja de policías se acercó a nosotros y nos preguntó: "¿Es vuestra la mochila?" Habían pasado tres años y siete meses del 11-M. Comprendí entonces que Madrid jamás olvidaría aquel día.
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